"NO SUBÍ A LA SIERRA A COCINAR"
María Milán y Aída Galeano |
Fernando Ravsberg
corresponsal de BBC Mundo en La Habana habla con dos ex guerrilleras de
la Revolución de 1959.
María Milán y Aída Galeano podrían ser dos abuelas
cubanas más, si no fuera porque tienen una muy peculiar historia que contar.
Son ambas muy elegantes, casi podría decirse que coquetas,
pero el mayor encanto se produce cuando recuerdan su juventud, el trabajo en la
clandestinidad y su incorporación al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra.
Ríen abiertamente y sus ojos brillan cuando recuerdan
aquellos años, la vida en la montaña, los combates y sobre todo cuando ambas se
acusan de ser la autora intelectual de las travesuras. Fueron mensajeras,
atendieron el hospital y participaron en algún combate a pesar de que los
mandos se lo prohibían.
"Ni cociné ni lavé ropa, yo no subí a la Sierra
para eso", me dice María.
Dos mujeres que están convencidas de que la Revolución
valió la pena. "De lo contrario seríamos el garito de América", me
comenta Aída, recordando los planes de la mafia italo-estadounidense.
Cuando les solicitamos hacer una entrevista, se
sorprenden. "¿Por qué nosotras?", nos preguntan asombradas. Pero
acceden de buena gana a recordar aquellos días que, a pesar de la carga
dramática, las dos rememoran con alegría.
¿Qué las llevó a convertirse
en militantes clandestinas?
Aída:
Yo vivía en la finca de un senador y ahí conocí la
explotación, vivíamos muy mal y nació en mí la rebeldía. Ahí es donde hago
contacto con el hermano de María y me empieza a dar tareas clandestinas,
boberías. Yo tenía 19 años.
María:
Políticamente yo estaba en cero, lo mío era que Batista
era un asesino y los muertos que había me impulsaron a luchar en la
clandestinidad, vendía bonos, recolectaba medicinas y armamento para llevarlo
al pelotón de mi hermano que ya estaba alzado.
¿En aquellos años, creían
realmente que ese pequeño grupo de guerrilleros iba a poder derrotar al
ejército de Batista?
María:
Cómo no, estábamos conscientes de que no éramos sólo
nosotros, nuestro pelotón, sabíamos que había muchos compañeros. El Ejército
Rebelde se había nutrido de muchos campesinos. No sabíamos cuándo, pero
sabíamos que al final ganaríamos.
Y estaba Fidel, un hombre sobrenatural, dotado de
cualidades de mando, humanas, un previsor. Él sabía lo que estaba haciendo.
Aída:
Cuando uno es joven y tiene una causa, entonces uno lucha
porque la juventud es apasionada. Además veníamos conociendo al compañero Fidel
desde el Moncada, teníamos fe en su vida recta, en su moral, había que creer en
él. Era como una tabla de salvación.
No sabíamos de política, sabíamos de rebeldía y sabíamos
que había que acabar con aquel sistema... demasiado dolor y demasiada sangre.
¿Por qué dejaron la
clandestinidad y se alzaron en las montañas?
María:
Yo estaba llevando un mensaje del "III Frente"
al "II Frente" cuando le avisan a mi padre que no podía regresar
porque me estaban esperando acusada de matar a un policía (no tuve nada que ver
en eso). Yo me alzo por el miedo a que me fueran a matar.
¿Qué significó para ustedes
como mujeres subir a las montañas?
Aída:
Yo ya vivía tan mal en la finca de aquel senador que no
hubo mucho cambio. Mi situación era además insostenible, ya la policía sabía de
mi relación con el (Movimiento) 26 de julio.
María:
Existía machismo, todavía existe. En la Sierra yo nunca
permití que me mandaran a la cocina, yo no fui a la Sierra ni a lavar ropa ni a
cocinar. Mi temperamento no me lo permitía. Existió el machismo en la
sobreprotección de las mujeres, sólo nos dejaron ir a los combates de San Luis
y Palma. Sin embargo, cumplíamos misiones riesgosas como buscar armas en
Santiago o medicinas al Cobre.
Ustedes atendieron
hospitales. ¿Cómo se trataba a los prisioneros heridos?
María:
Te voy a contar una anécdota: a mi campamento
mandaron un grupo de "casquitos" heridos, donde teníamos un
hospitalito. Nosotros no teníamos casi comida, pero salimos a buscar una
gallina entre los campesinos e hicimos un caldo para los heridos, ni yo tomé de
ese caldo. Así los tratábamos.
¿Cómo fue el primer momento
después del triunfo?
Aída:
Yo no sé ni lo que pensaba en ese momento,
sólo pensaba en que habíamos triunfado. El pueblo entero volcado en las calles
desde la Punta de Maisi hasta el Cabo de San Antonio. Pero la verdad es que
nunca me pregunté cómo íbamos a formar un gobierno cuando la mayor parte del
Ejército Rebelde era casi analfabeto.
María:
A nosotros nos sorprendió en Palma, yo me quedé en una especie de vacío, como sin saber qué iba a
hacer. Era la ignorancia, porque para mí todo se limitaba a tumbar a Batista
para que se acabaran los crímenes, que Fidel fuera el presidente y yo irme de
vuelta para mi casa en el pueblo.
Con tan poca información
política, ¿qué piensan cuando Fidel Castro anuncia la vía socialista?
María:
Yo le soy honesta, yo sentí cierto temor
porque antes el socialismo era algo muy malo, malísimo, nos decían que mandaban
los niños a Rusia. Pero siempre me alumbró aquella confianza absoluta en Fidel.
Yo me dije, "bueno, Fidel sabrá lo que está haciendo".
Aída:
Mi confianza en el compañero Fidel era y es
ciega, y yo sé que él siempre ha hecho lo acertado y ha tomado las decisiones
correctas. Además, yo lo veía más natural porque procedo de Manzanillo, un
pueblo donde el Partido Comunista era muy fuerte, teníamos el único alcalde
comunista del país.
Cincuenta años después,
¿creen que valió la pena la lucha y el sacrificio?
Aída:
No sólo valió la pena, yo lo que lamento es
no haber hecho más por la Revolución. Incluso con las limitaciones y
privaciones que tenemos por el bloqueo han seguido los programas sociales, que
es lo más importante. Dime tú dónde estaríamos nosotros si no hubiéramos
sufrido un bloqueo de 50 años. Y además nos critican, es como al ahorcado que
lo critican porque patalea... claro que tenemos que patalear.
María:
Si tuviéramos que volver a repetir lo mismo,
lo volveríamos a hacer y ahora con más experiencia política. Yo soy de un
origen campesino muy pobre, lo poco que pude estudiar fue después de la
Revolución. Cuánto nos hemos desarrollado... ahora mismo a mi hija le están
poniendo una vacuna para el cáncer que se fabrica aquí. A mis 70 años, no sólo
no me arrepiento sino que sigo luchando.
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